Siempre he pensado que la de cantante de ópera es una de les profesiones que más requisitos precisa para ser llevada a término con dignidad: además de exigir una voz con suficientes cualidades, siempre susceptible de ser educada, son necesarios otros muchos factores.

Y es que una buena voz no hace al cantante. Hay que estudiar y pasar por un largo proceso de impostación de la voz. Hay que aprender música y “ser músico”, es decir, tener el sentido interno del ritmo y de la afinación (adquiribles por estudio sólo hasta cierto punto). Es muy recomendable ser un buen actor o tener la predisposición para serlo, y tener, como no, unas ganas inequívocas de cantar y una voluntad de hierro. También es importante conocer los idiomas en los que se va a cantar. Pero, sin lugar a dudas, aquello que va ser decisivo para que una carrera llegue a ser importante en el mundo operístico es el disponer de talento (algo más que inteligencia) y capacidad artística para sentir y transmitir sentimientos.

Y todo ello acompañado de una personalidad equilibrada que deje pasar largas temporadas fuera de casa, probablemente en soledad y que permita también la capacidad de dosificar el esfuerzo, imprescindible para poder cantar una ópera entera en buenas condiciones. Después de largas semanas de ensayos, a menudo diarios, hay que saber gozar de aquel estado de plenitud con un punto de euforia indispensable para cantar con total capacidad y entrega.

No es extraño pues, que con tantos condicionantes, muchos, la mayoría, se queden a medio camino y no lleguen a hacer una carrera significativa. Es cosa conocida, y ello confirma la filosofía del párrafo anterior, que las mejores voces están en los coros de ópera. Con más frecuencia de lo que la gente cree, las grandes figuras de la ópera, salvo alguna excepción, son voces medianas que si han alcanzado el éxito, ha sido gracias al estudio, al talento y a la “tozudez” que han demostrado a lo  largo de los años.

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Introducción, Josep Rumbau Serra

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ŠJosep Rumbau Serra